Ecoticias.com (Enviado por: ECOticias.com) , 22/04/09, 09:56 h
¿Qué es más ecológico pedir en un restaurante de Chicago: un vino de California u otro de Francia? Se supone que lo más cercano resulta más sostenible, pero hay casos en los que pasa todo lo contrario.
En este ejemplo, el vino francés resultaba una mejor elección para el medio ambiente. ¿Por qué? A veces nos podemos llevar muchas sorpresas con lo que compramos con la supuesta etiqueta de local o con conceptos como el de "food miles".
El caso del vino sale de un estudio de la 'American Association of Wine Economist' que analizó el ciclo de vida de tres botellas de vino de diferentes procedencias y con un destino común: Chicago (ver estudio en pdf).
■La primera botella era un vino australiano Yellow Tail. Se producía en Yenda (Nueva Gales del Sur). De allí se llevaba al puerto en camión, desde donde comenzaba un viaje de 33 días por el Pacífico hasta llegar a los Ángeles. Y luego se metía en un camión o en un tren hasta Chicago. En total, una botella de 1,5 litros de este vino emitía 3,44 kilos de CO2.
■El segundo vino era francés, de las viñas de Coulée de Serrant, en la región del Loira. Desde su origen, se transportaba en camión al puerto de Le Havre donde se cargaba en un barco que cruzaba el Atlántico para desembarcar en un almacén de New Jersey (EEUU). Luego, se distribuía a las tiendas y restaurantes de otras ciudades en camión. Sus emisiones totales por botella se calculaban en 2,12 kilos.
■El tercer vino se cosechaba en el valle californiano de Napa (EEUU) y se vendía directamente al consumidor. La forma de distribuirlo era mediante envíos express por avión. Una botella de este vino estadounidense emitía 4,5 kilos de carbono.
Conclusión: una botella de vino nacional vendida directamente desde la bodega al consumidor resultaba en este caso concreto más contaminante que otros foráneos que habían recorrido miles de kilómetros. La explicación está en el medio de transporte utilizado. Según el estudio, un envío por barco es seis y cinco veces menos contaminante que un envío por avión y por carretera respectivamente. El vino californiano, aunque se ha cultivado en EEUU, se distribuye por avión, lo que dispara sus emisiones de CO2.
Este estudio pondría en duda conceptos como el de 'Food Miles', que miden los kilómetros que recorre un alimento desde que se produce hasta que se sirve en la mesa. En 1996, el investigador Folke Günther calculó que todos los ingredientes de un desayuno sueco —azúcar, manzanas, queso, café, mantequilla...— viajaban una distancia total equivalente a lo que mide la circunferencia de la tierra desde el lugar de su producción hasta el consumidor.
Algunos consumidores han hecho de este indicador toda una filosofía de vida. Es el caso de los "localtarianos". O de otras organizaciones, como la estadounidense '100 Mile Diet', que limitan su alimentación a productos que se hayan producido en un radio de 100 millas.
Sin embargo, si bien el concepto de 'Food Miles' resulta un indicador muy interesante, no cuenta toda la historia. Y es que, además del medio de transporte, también deben tenerse en cuenta otros factores como el tipo de cosechas, los fertilizantes utilizados en la producción de un alimento o incluso el combustible empleado para la fabricación del embalaje. Veamos otro ejemplo: una investigación de la Universidad de Christchurch (Nueva Zelanda) (ver pdf) afirmaba que es más ecológico comer en un restaurante inglés un cordero que venga de Nueva Zelanda, que uno criado en Inglaterra. Y es que la huella de carbono de la carne de este país de Oceanía, según este estudio, es cuatro veces inferior a la del cordero inglés. Las razones que aportan los investigadores son que la electricidad de Nueva Zelanda proviene de fuentes renovables y la abundancia de lluvia y sol no obligan allí a utilizar tantos fertilizantes para el pasto como sucede en la nublada Inglaterra. La investigación también habla de otros productos como la leche, las cebollas o las manzanas, cuya producción en Nueva Zelanda es energéticamente más eficiente que en el país europeo.
¿No es entonces más ecológico consumir alimentos locales? Tampoco es eso. Lo normal es que sea así, pero esto no tiene que cumplirse necesariamente y puede llevar a engaños. Como cuenta Sarah DeWeerdt en un artículo reciente del Worldwatch Institute, lo podemos enfocar de otra manera: "si como consumidor te interesa la comida ecológica, el mercado local es un buen lugar para encontrar productos que no dañen el medio ambiente".
Sin embargo, en contra de la creencia generalizada, no es una cuestión tanto de distancia, sino de relación entre el productor y el consumidor. Este último comprará, por ejemplo, "al granjero que mayor confianza le dé, al que desarrolle prácticas más sostenibles durante la producción o al que le muestre cómo está cultivando ese producto", cuenta DeWeerdt, quien asegura que existen otros factores ecológicos
¿Qué es más ecológico pedir en un restaurante de Chicago: un vino de California u otro de Francia? Se supone que lo más cercano resulta más sostenible, pero hay casos en los que pasa todo lo contrario.
En este ejemplo, el vino francés resultaba una mejor elección para el medio ambiente. ¿Por qué? A veces nos podemos llevar muchas sorpresas con lo que compramos con la supuesta etiqueta de local o con conceptos como el de "food miles".
El caso del vino sale de un estudio de la 'American Association of Wine Economist' que analizó el ciclo de vida de tres botellas de vino de diferentes procedencias y con un destino común: Chicago (ver estudio en pdf).
■La primera botella era un vino australiano Yellow Tail. Se producía en Yenda (Nueva Gales del Sur). De allí se llevaba al puerto en camión, desde donde comenzaba un viaje de 33 días por el Pacífico hasta llegar a los Ángeles. Y luego se metía en un camión o en un tren hasta Chicago. En total, una botella de 1,5 litros de este vino emitía 3,44 kilos de CO2.
■El segundo vino era francés, de las viñas de Coulée de Serrant, en la región del Loira. Desde su origen, se transportaba en camión al puerto de Le Havre donde se cargaba en un barco que cruzaba el Atlántico para desembarcar en un almacén de New Jersey (EEUU). Luego, se distribuía a las tiendas y restaurantes de otras ciudades en camión. Sus emisiones totales por botella se calculaban en 2,12 kilos.
■El tercer vino se cosechaba en el valle californiano de Napa (EEUU) y se vendía directamente al consumidor. La forma de distribuirlo era mediante envíos express por avión. Una botella de este vino estadounidense emitía 4,5 kilos de carbono.
Conclusión: una botella de vino nacional vendida directamente desde la bodega al consumidor resultaba en este caso concreto más contaminante que otros foráneos que habían recorrido miles de kilómetros. La explicación está en el medio de transporte utilizado. Según el estudio, un envío por barco es seis y cinco veces menos contaminante que un envío por avión y por carretera respectivamente. El vino californiano, aunque se ha cultivado en EEUU, se distribuye por avión, lo que dispara sus emisiones de CO2.
Este estudio pondría en duda conceptos como el de 'Food Miles', que miden los kilómetros que recorre un alimento desde que se produce hasta que se sirve en la mesa. En 1996, el investigador Folke Günther calculó que todos los ingredientes de un desayuno sueco —azúcar, manzanas, queso, café, mantequilla...— viajaban una distancia total equivalente a lo que mide la circunferencia de la tierra desde el lugar de su producción hasta el consumidor.
Algunos consumidores han hecho de este indicador toda una filosofía de vida. Es el caso de los "localtarianos". O de otras organizaciones, como la estadounidense '100 Mile Diet', que limitan su alimentación a productos que se hayan producido en un radio de 100 millas.
Sin embargo, si bien el concepto de 'Food Miles' resulta un indicador muy interesante, no cuenta toda la historia. Y es que, además del medio de transporte, también deben tenerse en cuenta otros factores como el tipo de cosechas, los fertilizantes utilizados en la producción de un alimento o incluso el combustible empleado para la fabricación del embalaje. Veamos otro ejemplo: una investigación de la Universidad de Christchurch (Nueva Zelanda) (ver pdf) afirmaba que es más ecológico comer en un restaurante inglés un cordero que venga de Nueva Zelanda, que uno criado en Inglaterra. Y es que la huella de carbono de la carne de este país de Oceanía, según este estudio, es cuatro veces inferior a la del cordero inglés. Las razones que aportan los investigadores son que la electricidad de Nueva Zelanda proviene de fuentes renovables y la abundancia de lluvia y sol no obligan allí a utilizar tantos fertilizantes para el pasto como sucede en la nublada Inglaterra. La investigación también habla de otros productos como la leche, las cebollas o las manzanas, cuya producción en Nueva Zelanda es energéticamente más eficiente que en el país europeo.
¿No es entonces más ecológico consumir alimentos locales? Tampoco es eso. Lo normal es que sea así, pero esto no tiene que cumplirse necesariamente y puede llevar a engaños. Como cuenta Sarah DeWeerdt en un artículo reciente del Worldwatch Institute, lo podemos enfocar de otra manera: "si como consumidor te interesa la comida ecológica, el mercado local es un buen lugar para encontrar productos que no dañen el medio ambiente".
Sin embargo, en contra de la creencia generalizada, no es una cuestión tanto de distancia, sino de relación entre el productor y el consumidor. Este último comprará, por ejemplo, "al granjero que mayor confianza le dé, al que desarrolle prácticas más sostenibles durante la producción o al que le muestre cómo está cultivando ese producto", cuenta DeWeerdt, quien asegura que existen otros factores ecológicos
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