En 1992, la doctora Stefanie Liesa Böge, del prestigioso Wuppertal Institut, publicó un estudio en el que calculaba los kilómetros que recorrían ciertos... ingredientes hasta acabar convertidos en un yogur de fresa dispuesto a ser ingerido por un consumidor alemán. Así, hizo las cuentas de las distancias recorridas por la materia alimenticia prima (la leche, las fresas) y a ellas sumó los kilómetros cubiertos por los materiales empleados en la fabricación del recipiente. El resultado fue... 3.500 (según el informe «Factor 4», de Von Weizsäcker y Lovins, «los alemanes consumen anualmente cerca de 3.000 millones de yogures de fresa»). Una década después, la organización ecologista Friends of the Earth señalaba en uno de sus informes que, mientras Gran Bretaña importa anualmente 61.400 toneladas de carne de pollo de Holanda, exporta cada año 33.100 toneladas de carne de pollo a... Holanda. Es uno de los ejemplos (otro) de la muy «moderna» organización mundial del comercio. Los sinsentidos del modelo alimentario vigente son un sinfín. Y sus consecuencias, también. Según la Comisión Europea, cada año mueren prematuramente más de 300.000 ciudadanos del Viejo Continente como consecuencia de la contaminación atmosférica derivada del tráfi co rodado, esa fuente de CO2 y cambio climático que no parece hallar coto a sus desmanes. Contra ese modelo y sus efectos (invernadero, por ejemplo), están surgiendo en toda Europa (en España también) decenas de asociaciones que abogan por el consumo de alimentos ecológicos (los frutos de los cultivos en que no se emplean abonos ni biocidas químicos de síntesis) de origen local.
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